| LO FATAL
 “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
 y  más la piedra dura,
 porque esa ya no siente,
 pues no hay dolor más grande
 que el dolor de ser vivo,
 ni mayor pesadumbre
 que la vida consciente.
 
 Ser, y no saber nada,
 y ser sin rumbo cierto,
 y el temor de haber sido un futuro terror...
 y el espanto seguro
 de estar mañana muerto,
 y sufrir por la vida y por la sombra
 y por lo que no conocemos
 y apenas sospechamos
 y la carne que tienta
 con sus frescos racimos,
 y la tumba que aguarda
 con sus fúnebres ramos,
 y no saber adonde vamos,
 ni de donde venimos...!”
 
 
 
 La tumba de Edgar Poe
 
 Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,
 el poeta despierta con su desnuda espada
 a su edad que no supo descubrir, espantada,
 que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.
 
 Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,
 que en él la antigua lengua nació purificada,
 creyendo que él bebía esa magia encantada
 en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.
 
 Si, hostiles alas nubes y al suelo que lo roe,
 bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mente
 para adornar la tumba deslumbrante de Poe,
 
 que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,
 este granito al menos detenga eternamente
 los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.
 
 
 
 Cultivo una rosa blanca
 
 Cultivo una rosa blanca
 En julio como en enero
 Para el amigo sincero
 Que me da su mano franca
 Y para el cruel que me arranca
 El corazón con que vivo
 Cardo ni ortiga cultivo
 cultivo una rosa blanca
 
 
 
 A los gauchos
 
 Raza valerosa y dura
 que con pujanza silvestre
 dio a la patria en garbo ecuestre
 su primitiva escultura.
 Una terrible ventura
 va su sacrificio unida
 como despliega la herida
 que al toro desfonda el cuello,
 en el raudal del degüello
 la bandera de la vida.
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